viernes, 6 de noviembre de 2015

Cuando Segorbe se convirtió en la capital del descalcismo

I Trofeo Descalcista de Segorbe 

El pasado 11 de octubre se celebró el Primer Trofeo Internacional Descalcista de Segorbe. Un evento singular que llevó a 100 atletas adultos y 15 niños a la línea de salida para participar en un acontecimiento que sí, fue una competición atlética, pero también una fiesta del descalcismo. Fue organizada de manera impecable por el club de atletismo Saltamontes junto con la inestimable colaboración y respaldo del resto de la población de Segorbe que durante todo el fin de semana no dejó de dar muestras de su amabilidad a todos los que allí nos congregamos. A aquellos que no pudieron asistir y quieran saber más sobre lo que allí pasó les recomiendo que lean la crónica escrita por Emilio Sáez Soro, el principal impulsor de la iniciativa, porque en ella hace un buen resumen del fin de semana. Las líneas que vienen a continuación forman parte también de una crónica, mi crónica: una visión personal y subjetiva de lo sucedido en esos días en los que Segorbe se convirtió en la capital del descalcismo. 





Segorbe 

Antes de ese fin de semana Segorbe era para mí simplemente un lugar cerca de Castellón, el sitio en el que vivían Emilio Saéz, un descalcista ejemplar, y Pilar Raro, una de las mejores corredoras que he conocido. Aquel sábado se convirtió en un lugar con identidad propia. Nuestro pequeño grupo llegó a Segorbe al medio día de modo que tuvimos tiempo de caminar por las calles y hacer un poco de turismo antes de comenzaran los actos del Trofeo Descalcista. Me pareció un pueblo grande pero con el encanto de un lugar pequeño debido a pequeños detalles como que algunas personas se pusieran sin más a hablar con nosotros por la calle para decirnos qué cosas visitar o para preguntarnos por los motivos que nos habían llevado a correr descalzos. A mí, que estoy acostumbrada al trato impersonal de los habitantes de un pueblo que hace mucho que dejó de ser un pueblo, estas cosas me sorprenden para bien. 


¿Nos descalzamos? 

El primer acto estaba programado para el sábado a las cinco de la tarde cuando Emilio se encargaría de guiarnos por las calles de su pueblo siguiendo el recorrido de la carrera del día siguiente. Nos dimos cita en una plaza que poco a poco fue llenándose de aquellos corredores dispuestos a hacer una primera toma de contacto con el suelo de Segorbe. No suelo correr el día anterior a una carrera, y menos por la tarde, sin embargo en esta ocasión no me importó hacerlo rodeada de algunos conocidos y muchos desconocidos con muchas cosas en común. 



Las calles de Segorbe me parecieron extrañamente agradables, los adoquines suaves, la tierra del parque confortable… Correr descalza por esas calles era lo más parecido a dejarse llevar sin tener que pensar en nada más que en disfrutar de las sensaciones que el suelo transmite. También tuve tiempo de charlar con varios corredores con los que no iba a dejar de coincidir durante todo el fin de semana y que no quiero nombrar porque me resultaría inevitable y a la vez imperdonable olvidar a alguien. 

Cuando terminó el recorrido, la conversación continuó en el parque junto con otras muchas caras nuevas, algunas conocidas, pintura, pies desnudos, niños… Hablamos sobre lo divino y, sobre todo, sobre lo humano, descalzos como estábamos sintiendo el mundo bajo nuestros pies. 


Charlar es propio de humanos 

No sé cómo conseguí olvidarme de que poco después habría una mesa redonda en la que yo tenía un lugar entre los ponentes pero los nervios perdieron su oportunidad de aparecer. Recuerdo que de repente me vi allí, tras una mesa y rodeada por algunas de las personas más influyentes en el panorama español del descalcismo-minimalismo: Pilar Raro, Anita Fuster, Nano Pies Negros y Santi Ruíz. Mis ídolos, mis compañeros de charla, referentes para tantos corredores descalzos-minimalistas… Y yo. Entre el público muchos otros grandes del descalcismo como Karim El Hayani, que al día siguiente sería el ganador absoluto de la carrera. 



Comenzó Santi hablando del estado en el que estaban las conversaciones con la FEDME encaminadas a regular la presencia de corredores minimalistas y descalzos en las carreras de montaña. Lo de permitir la participación de corredores descalzos de momento es muy complicado pero por lo visto hay buenas perspectivas en lo que respecta a los corredores calzados con sandalias. 

Después se habló de descalcismo y minimalismo, de cómo debería ser la transición al descalcismo y de cómo había diferentes maneras de enfrentarse a los mismos retos. El resultado fue un diálogo que se prolongó durante unas dos horas que parecieron pasar en unos pocos minutos. 


La carrera 

Me resulta difícil pensar en esa carrera como en un evento competitivo porque aunque había dorsales, línea de salida y todos queríamos correr tanto como nuestras piernas nos permitieran hacerlo, también había algo diferente que, a mí al menos, me impedía tomarme esta carrera como una carrera normal. 

Soy una corredora lenta, me cuesta entrar en calor y hasta que no lo hago no puedo correr a mi ritmo de carrera, que también es lento, así que para mí resulta fundamental calentar antes de competir pero en este caso me resultó complicado hacerlo porque calentar suponía dejar de saludar, de hablar o de hacerme fotos con los muchos corredores que allí estábamos congregados. Eran los momentos previos a una carrera y todos estábamos allí para correr pero también asistíamos a un evento único, una fiesta del descalcismo que hacía que por momentos me olvidara de que en unos minutos comenzaba una competición. Finalmente conseguí superar el deseo de quedarme conversando con cada uno de los allí presentes y me fui unos minutos a calentar un poco las piernas. Fue un calentamiento breve e insuficiente para entrar en calor pero a mí no me importó porque me sentía feliz de estar allí rodeada de tantos corredores descalzos. 

En la línea de salida hubo muchas caras conocidas y otras que lo serían a partir de ese día, todos descalzos. Tras la salida, un asfalto inusualmente áspero que no me lo había parecido el día anterior y una sensación extraña de estar haciendo algo familiar pero a la vez diferente. 



Rodeada de corredores, veía cómo delante de mí se alejaban los más veloces. A mi lado otros atletas trotaban junto a mí moviéndose entre un aclamador silencio sólo roto por las voces de algunos que reparaban precisamente en eso, en el silencio de nuestros pasos. 

Tras el asfalto, el suelo se llenó adoquines y comenzó a empinarse para luego volver a bajar. La carrera era una sucesión de subidas y bajadas que el día anterior me habían parecido un poco menos pronunciadas. Pasé los primeros kilómetros sonriendo y saludando a las personas que, desde el borde de las calles, no paraban de animar. Notaba las piernas ligeras, corría rápido (demasiado para mí) y encima desperdiciaba mi energía dando los buenos días a la gente con la que me encontraba pero no podía evitar hacerlo; me sentía feliz corriendo y necesitaba transmitirlo a los habitantes de esa ciudad que tan bien nos estaban tratando. 



Poco a poco la carrera nos iba poniendo a todos en nuestro sitio. Poco a poco me fui acercando a algunos corredores que iban delante, fui dejando otros atrás y algunos otros me adelantaron. A lo lejos divisé la silueta de una mujer a la que fui acercándome poco a poco hasta que la alcancé y la pasé para no volver a verla; después supe que sería la segunda clasificada en la categoría de veteranas. Mi categoría. 

Poco antes de finalizar la primera vuelta me encontré a Pilar Raro que al verme dijo algo así como «¡Mírala qué feliz!». Y sí, acertó, estaba feliz. 

El paso por meta tras la primera vuelta fue como una inyección de adrenalina. Allí había muchas personas animando, entre ellas caras conocidas de corredores que participarían en la carrera no competitiva y que todavía no habían salido. Fue un momento para dejarse llevar por todas aquellas voces de ánimo que actuaban como alas para mis pies. Esta vez ni tan siquiera noté la aspereza del primer tramo de asfalto tras el paso de meta. 



En la segunda vuelta las subidas me parecieron más amables con sus adoquines suaves e irregulares y por el contrario las bajadas cada vez más desagradables. Lo mejor del recorrido sin duda fue el paso por el parque con esa tierra fina y suave masajeándome los pies. Me hubiera quedado allí, dando vueltas y dejándome llevar por las sensaciones que ese suelo me transmitía. 

Mi memoria es caprichosa y se empeña en resaltar algunos momentos concretos de esa última parte de la carrera y dejar de lado otros probablemente igual de importantes. Recuerdo con especial nitidez la aparición ante mis ojos de la mesa del avituallamiento llena de vasos de agua. No sé muy bien por qué había dado por supuesto que siendo una carrera de sólo 9 Km no habría avituallamiento así que al ver la mesa me entró una alegría enorme. Mis pies corrían felices y mi garganta seca también estaba feliz. Fue un momento que normalmente no tendría nada de especial pero que para mí se convirtió en algo así como un premio inesperado. 

 

Pasé los peores momentos en la parte final de la carrera, en una zona con una fuerte bajada en zig-zag con curvas muy cerradas en las que casi había que pararse para luego volver a acelerar inmediatamente. En una de ellas estaba tan concentrada en frenar lo suficiente para poder tomar la curva que acabé pisando una piedra, quizás la única piedra del camino. No miraba al suelo así que no la vi, simplemente noté un dolor agudo en el metatarso izquierdo que hizo que mi pierna se levantara sola como accionada por un resorte. En el siguiente paso me di cuenta de que me había hecho daño porque el dolor no remitía pero no estaba dispuesta a dejar que una piedra me arruinara la carrera. En pocos minutos el dolor empezó a ser más soportable y para cuando cruzaba la línea de meta ya casi me había olvidado de él. 

El último tramo de carrera lo hice acompañada de las molestias en el metatarso y notando que tenía muy cerca de mí a un corredor porque en las bajadas oía sus pasos cerca, pero no era capaz de calcular exactamente cuánto de cerca. A veces me parecía notarlo justo detrás de mí para, en los segundos siguientes, dejar de sentir su presencia. Recuerdo haber pensado algo así como que no quería dejarme adelantar quedando tan poco para la llegada. Por un momento me olvidé de sonreír y de disfrutar. Por primera vez desde que había comenzado la carrera estaba compitiendo, en el peor sentido de la palabra: Competía contra la piedra que había pisado, contra mi pie tenso y dolorido, contra el corredor que tenía justo detrás de mí y al que no podía ver pero sí sentir… Hasta que poco antes de la llegada algo cambió dentro de mi cabeza. 

Justo antes de meta había una la última bajada tras la que venía un pasaje cubierto, era como una especie de túnel que desembocaba en la plaza donde estaba situada la meta. En esa última bajada noté que el corredor que tenía detrás aceleraba su paso y yo decidí que no podía o no quería acelerar el mío. Fue un momento de liberación. El otro corredor me adelantó mientras yo notaba como mis pies se volvieron más ligeros y los músculos de mi cara se relajaban dibujando una sonrisa. Pasé por el túnel antes de la meta feliz notando como mis piernas volvían a volar. Crucé la línea de llegada sintiéndome tan dichosa que me olvidé completamente de las cosas accesorias, como el gesto de parar el reloj para saber el tiempo que había hecho, así que hasta que los organizadores no colgaron los tiempos un rato después no supe que había acabado en 45 minutos y 40 segundos. 

Tras la llegada hablé con unos y otros, bebí agua y me fui a buscar a Phi, que estaba haciendo la prueba no competitiva y que todavía no había llegado. Por el camino me encontré a mi hermano que había llegado bastante antes que yo y que ya iba duchado y con su cámara de fotos en la mano. Acompañé durante sus últimos metros a Phi en su estreno como corredora mientras mi hermano nos inmortalizaba con su cámara. Entramos en meta de la mano en la que sería mi segunda llegada, casi tan emocionante como la primera. 


Trofeo 

Tras la llegada hubo fotos, saludos y charlas informales, el escenario habitual de las carreras populares con la diferencia de que esta no era una carrera popular más. Había muchos corredores hablando de la experiencia de correr descalzos pero nadie lesionado o cojeando, yo al menos no vi a nadie. También hubo muchas cámaras para fotografiar las sonrisas de los participantes, todos arremolinados en la zona de meta, pero aparentemente poco o ningún interés en las marcas y en la clasificación. Yo estaba tan contenta por todo lo que estaba viviendo que lo que menos me importaba era saber en cuánto tiempo había corrido los 9 Km. Como ya he dicho antes me había olvidado de parar el cronómetro pero no me importaba. Aun así no quería perderme la entrega de premios porque quería aplaudir a los primeros, aquellos que habían volado por las calles de Segorbe. 

Faltaba una hora para entregar los trofeos así que decidí ir a darme una ducha y sobre todo a comer algo porque estaba en ayunas desde la noche anterior. Sí, hice la carrera en ayunas y eso, aunque a algunos les sorprenda, no supuso ninguna merma en mi rendimiento físico. El problema es que cuando una vez duchada me puse a comer no había quien me parara y apuré hasta el último momento antes de regresar a la zona de meta dispuesta a ver la entrega de premios. Llegué tarde. Sólo fueron un par de minutos de retraso pero la entrega de premios se adelantó y yo me la perdí. 

Cuando llegué me estaba esperando mi hermano con un trofeo en la mano que era para mí. Había sido la primera clasificada veterana. Al final, aunque tarde, me entregaron el trofeo y acabé subiendo al podio. Subieron conmigo Karim El Hayani, ganador absoluto de la carrera, Santi Ruiz, tercer clasificado y ganador de la categoría de veteranos, y Graziella Constanza, tercera clasificada de mi categoría, con los que estuve haciéndome fotos. 




Final de fiesta 

Como último acto la organización preparó un generoso refrigerio que sirvió para continuar compartiendo la experiencia, charlando y disfrutando de la compañía de tantos corredores descalzos-minimalistas. Fue sin duda un final de fiesta acorde con el nivel mostrado durante todo el fin de semana. 

Como recuerdo de esos dos días me llevo dos objetos materiales, una bonita camiseta y un trofeo grande y dorado, pero lo más importante es que me llevo la vivencia de una gran experiencia en un lugar precioso y en la mejor compañía posible. 

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Nota: Algunas de estas fotos han sido tomadas de álbumes públicos compartidos mediante Picasa. Si alguna de estas fotos es tuya y quieres que la retire puedes contactarme con un comentario, en Twitter o en Facebook.

1 comentario:

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